domingo, 17 de noviembre de 2013

Que haría sin mí...

Es tan raro tener una sola cosa en mente cuando de pequeños teníamos entre cinco y diez a la vez... Cuando medía menos que una mesa de comedor veía mi futuro como algo brillante, dedicándome a una cosa cada día; una pena que poquito a poco nos estén quitando toda posibilidad de hacer algo que nos guste a base de palos. De pequeña soñaba con ser bailarina de ballet, hasta que me di cuenta de que la coordinación entre mis pies y mi cabeza era la misma que entre los ojos y una cebolla, si los juntas uno de ellos siempre llora. Y tras muchas caídas decidí tachar el baile de mi futuro y buscar otra pasión. Lo de astronauta era momentáneo; cocinera cuando me creía un genio por saber sacar las magdalenas del horno; veterinaria al diseccionar bichos del jardín; y cantante cuando hacía mis pinitos en la ducha. Pasé incluso por natación al ver la peli de la Sirenita, y aunque nadase cual Ariel, pensaba que si pasaba demasiado tiempo en el agua acabaría demasiado arrugada... y tenía miedo de conventirme en una pasa. Aunque mi futuro favorito llegó al decidir a los 6 años ser artista de día y espía de noche. Pero supongo que cuando te decides por algo, es como si todo encajase. 
La primera vez que cogí un micrófono tenía apenas seis años; quien dice micrófono dice la primera cuchara de madera que pude coger de la cocina. Desde ese momento ya tenía claro que quería ser de mayor. Cogí la cuchara y fui entrevistando uno por uno a todos lo que habían sentados en esa vieja cocina, e iba anotándolo todo en una libreta. Hoy he encontrado esa libreta, y debo decir que aunque mi letra fuese un horror y no sabía poner las haches en su sitio, no lo hacía tan mal para ser una enana. Y ahí empezaron mi enorme cantidad de diarios, y leer a la velocidad que mi padre fumaba. Me parece un bonito futuro, aunque llegue tarde, teniendo en cuenta que una simple frase puede hacerte sentir mucho más que cualquier persona. Y dejando a un lado ese montón de cursilerías que podría soltar ahora, debo decir que igual... igual o seguro, no es malo sentirse perdidísima. Puede que sea necesario parar, aflojar, para intentar encontrarse. Y como el helado otoño saca nuestra parte más fría, cuando todo se congela y lo ves todo claro sientes algo que... está bien eso de sentirte bien con lo que haces.

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