viernes, 27 de septiembre de 2013

Una maldita hoja.

Otoño. Bendito otoño. Creo que soy como el otoño. En el momento en que empiezan a caer las hojas de los árboles, no entiendo el porqué, pero siempre cambio. Es como si fuese un árbol caducifolio, y llega el frío y me quita todas mis ideas. Alomejor es una rafaga de viento que pasa y se las lleva... O simplemente que necesitaba que se cayesen todas y cada una de ellas a la velociad de un huracán. Quizás sea como una hoja. Se pasan el año enganchadas a algo y cuando llega el frío caen. Caen y se desprenden de todo. Pero nunca caen solas.
 Cada hoja es diferente y única. Delicadas y finas, y llenas de marcas que demuestran lo que han vivido. ¡Y vaya si han vivido cosas! Y como ellas, si llega alguien que les hace daño y las chafa, se rompen en mil pedacitos irreparables. ¿Y quién se atreve a reparar algo así? Es ella solita la que lo intenta. Sí, definitivamente soy cómo una hoja. Si tiene demasiada agua se ahoga. Si hay otra árbol más bonito, siempre se fijarán en él. Pero... ¿a que nunca habéis visto a una hoja escaparse a ella solita? Separarse de aquello que lo une a todo lo demás, e irse. No, rendirse no es una opción. Uno se va cuando tiene que hacerlo. No es tan malo ser una hoja si lo comparas con ser una flor. A las flores sólo las quieren cuando son bonitas. En cambio, quién quiere a una hoja, no será por bonita, sino por lo qué es. 
Y aquí estaré, con mi bonito y querido otoño-invierno, esperando a hacerme fuerte otra vez. Pero como una hoja, ¡nunca sola! Y doy gracias por tener a otras hojas, tan arrugadas y bonitas a la vez, ¡porque tengo a las mejores hojas del mundo a mi alrededor! Y dime, después de esto, ¿a quién no le gustaría ser una hoja? No sé tú, pero yo aquí, haciendo lo que una quiere en cada momento y trabajando duro para cumplir un puñetero sueño, estoy de maravilla siendo una maldita hoja.

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