viernes, 30 de marzo de 2012

Aquella sonrisa apagada.

Tarde fría de el salón de casa. Se suponía que la primavera ya había llegado, pero esa tarde no había rastro de ella. Y en el gran sofá, tapada con una manta, allí estaba, esa chica de pelo oscuro y ojos brillantes, con la sonrisa apagada. Nadie sabía que le pasaba, ni dejaría que lo supieran. ¿Mal de amores?¿Alguna discusión talvez? Madurez, ese era el motivo de sus llantos.La pequeña se hartó de que le tomaran el pelo, de las desilusiones de la vida. Así era, el no conseguir lo que quería, le ponía de los nervios. Algunos la llamaban caprichosa, consentida, mañaca. Pero ella era feliz así, ¿una niña caprichosa? Tal vez, pero era uno de esos defectos encantadores que le hacían brillar. Siempre ha tenido claro que la vida es complicada y que de los golpes se saca algo de provecho, pero eso no hacía que no dolieran. Era uno de esos dolores que hacen que quieras huir, alejarte de todo y todos, y ser feliz. Tantas piedras con las que tropezar, en un camino tan corto, tantos golpes que recibir por confiar en el primero que pasa, sino aprendes, ¿que te queda? Y Coca-cola en mano, música en sus auriculares y rimmel corrido, los llantos se fueron apagando, en el único consuelo que le quedaba, escribir.
Pequeña niña caprichosa.

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